El prólogo de mi libro, más actual que nunca
[…] Es evidente que las cosas están cambiando. En pocos años ha habido un desarrollo tecnológico brutal que nos desborda y nos permite avanzar (y también nos obliga a avanzar con él, porque quedaríamos en desventaja respecto de nuestros semejantes), vertiginosamente, hacia la inteligencia artificial. Pero, ¿qué ocurre con el componente humano? ¿Nos estamos dejando a nosotros mismos a favor de una sabiduría externa? ¿Estamos aprovechando nuestro potencial para dar lo mejor de nosotros a nosotros mismos, y al resto? ¿Hemos elegido vivir en la burbuja tecnológica o sobrevivimos a ella?
En las películas ambientadas en los años sesenta o setenta, vemos cómo los personajes se ven envueltos en tramas -independientemente del género cinematográfico- que deben solucionar exprimiendo al máximo sus capacidades sociales y de planificación, tal y como lo hacían, no hace tanto tiempo, nuestros padres y abuelos. Ahora contamos con numerosos recursos tecnológicos que nos permiten ir rehaciendo la historia a cada paso porque el instante es ahora, y el ahora lo puedo cambiar con un clic desde un móvil.
Esta tecnología, bien empleada, nos beneficia enormemente y aumenta nuestras posibilidades, en general; pero, poco a poco, nuestra presencia en el mundo se está reduciendo a que aprendamos a usar esas máquinas (móviles, aplicaciones, etc.) y repitamos secuencias fáciles que otros han inventado para nosotros, limitando nuestra existencia a la reproducción de esas pautas que nos abren las puertas al mundo.

Otras vertientes nos meten miedo amenazándonos con la llegada de robots que nos sustituyan, y sin embargo, ¡ya ha llegado la era de los robots! ¡Nosotros somos los robots! Tecleando los botones imaginarios de aparatos extra-ligeros y pantallas planas casi imperceptibles. Nos hemos convertido en las máquinas que hacen necesarios los algoritmos sencillos que otros han hecho fáciles para nosotros, los usuarios, y así nuestro paso por el mundo es cómodo y divertido. Todo esto, claro está, si tienes dinero para acceder a ello; ya que hay una mayoría en el planeta que no sabe de esta manera rápida y divertida de vivir.
Estés en un lado o en el otro, en el rápido o en lento, el difícil o el fácil, hay un elemento común en todos ellos: el componente humano al que estamos dejando un poco de lado, suponiendo que su cuidado viene de serie y es automático, como el respirar. Debido a esta percepción nueva que hemos adquirido sobre la sensibilidad humana (que no cabe en los parámetros técnicos ya que, por definición, es antónima) nos enfrentamos a dificultades nuevas que no sabemos resolver y que tampoco tienen respuesta en las notaciones científicas. […]
Extracto del libro No me preguntes más, cuéntamelo todo 01, de Encarni Moreno Zambudio.
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