Emily fue la hija de un matemático alemán que, al pertenecer a una familia acomodada, tenía autorización para enseñar lenguas en escuelas femeninas, pero prefirió estudiar Matemáticas. Esto suponía un desbarajuste en el sistema establecido, ya que las mujeres no podían matricularse en la universidad.
Insistió solicitando que se hiciera una excepción para su caso y, debido a su interés, decidieron examinarle para medir hasta dónde llegaba el conocimiento de la joven que tanto reclamaba estudiar algo que no le pertenecía, según la opinión de la época. ¿Qué sucedió? Pues aprobó, lo que complicaba aún más la situación.
Había superado el primer obstáculo, pero no el único.
Se pudo matricular en la universidad, estudiar la carrera y trabajar durante años en institutos y departamentos universitarios, aunque no cobró por esta labor ni fue reconocida como docente, aun siéndolo. Este escenario le obligaba a “depender del sueldo de otro” para poder vivir (la independencia económica de la mujer instruida era improbable).
Insistió en que se le reconociera como docente, pero solo alcanzó asignación de auxiliar a la vez que Einstein ensalzaba claramente sus estudios sobre la teoría de invariantes y sus efectos en la formulación de la relatividad.
Ella siguió investigando y llegó a enseñar de un modo especialmente inspirador para sus alumnos y compañeros, contribuyendo al Álgebra a través de sus estudios y el de sus discípulos.
En 1933, los judíos fueron expulsados de las universidades alemanas; y su condición de mujer, universitaria y judía le obligó a abandonar su país.
Se considera fundamental su contribución al desarrollo del Álgebra moderna, y por este motivo la rememoro en la lámina 8Matemáticas.
Información extraída del libro LEVI-MONTALCINI R. y TRIPODI, G. «Las Pioneras: Las mujeres que cambiaron la sociedad y la ciencia desde la Antigüedad hasta nuestros días». Barcelona: CRÍTICA, S.L., 2011
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